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viernes, 27 de septiembre de 2013

La satisfacción en la Vida

Si un hombre está satisfecho con su vida ¿se cuestiona? o ¿se puede vivir satisfecho sin cuestionarse? ¿Qué aspiraciones más elevadas puede tener un filósofo si no es la satisfacción en la vida?, sentirse satisfecho en la Vida ¿Para qué cuestiona y reflexiona si no es para encontrar satisfacciones?, ¿una clase superior de satisfacciones, que de cotidiano no encuentra, se le esfuman, o desprecia?

Superar los dolores y los malestares, pero aún más que los físicos, los del ánimo, los miedos, las incertidumbres. Sentirse satisfecho en la Vida... ¿Y qué tal esto: satisfecho con un posible renacer o un resucitar; una Vida eterna? ¿o una Vida memoriosa? Satisfecho de saberse en una Vida superior. ¿Ésta es una clase de satisfacción que se superpone a -o se interpone con- la satisfacción corriente de las personas comunes? ¿Se puede vivir satisfecho viviendo de modo común, so pena de ignorar la posibilidad de estar sacrificando bienes superiores? ¿Qué clase de vienes superiores persigue el filósofo, el religioso, el poeta que no le permiten sentirse satisfecho en una Vida ordinaria? ¿Vivir sin cuestionarse...

domingo, 15 de septiembre de 2013

El conflicto CNTE-Gobierno Federal o ¿Porqué los gobiernos no entienden que la Ley sí se negocia?

 Por Erik Quintanar.

En relación a las reformas a la Ley para la “reforma educativa” promovida por el Gobierno Federal
Normalmente la gente, los gobiernos y las personas comunes, no tienen interés en salir de su orden preestablecido, porque es ahí donde actúan de cotidiano con cierta tranquilidad y persiguen con confianza sus objetivos y necesidades. Es ahí donde generalmente se exasperan automáticamente contra quienes hacen manifestaciones y proponen o exigen cambios, o se oponen a ellos, como en este caso la CNTE, y no aceptan, más que tras fuertes presiones, la necesidad del diálogo y la negociación. Pero todos somos seres humanos, ciudadanos y sujetos de derechos. A veces se nos olvida. Nuestra situación económica, laboral, cultural, ambiental, política, espiritual, etc. es harto diferente. Nuestras necesidades concretas son también diferentes, aunque en sentido general son iguales.
De inmediato alguien podría saltar y decir: -¡Por eso! todos tenemos derechos, y sus derechos de uno terminan donde empiezan los del otro, ¡así que no me chinguen!, ¡que no me afecten con sus manifestaciones!, ¡que no afecten a mis hijos privándolos de sus clases!
No le interesa detenerse a escuchar.
Por supuesto, también hay manifestaciones inauténticas, mezquinas, politiqueras. Pero es corriente que ni los gobiernos ni las personas comunes se interesen en distinguir la diferencia, o analizar cuando una manifestación es genuina o cuando es una simple treta de poder.
Propongamos una premisa. Si tenemos un grupo bastante nutrido de manifestantes airosos contra un gobierno, no podemos asumir que se trata de un ejército de zombis manipulados. ¡Tienen un motivo auténtico para manifestarse! -más aún si los manifestantes no son miembros directos de la clase política-, y entre más manifestantes sean y más airosas sean sus protestas, más legítimo ha de ser su motivo. Se puede obligar o ‘coercionar’ a grandes cantidades de personas para presentarse a una manifestación, portar sombreritos de cierto color, camisetas rotuladas y banderitas, y lanzar consignas, pero no a apasionarse con las causas de la manifestación. Al menos no, en tanto se trate todavía de seres humanos. Cuánto más aún, cuando esa pasión a veces los lleve a actuar al margen de la ley y desviarse de los caminos adecuados que requieren sus propios intereses. Cuando hay un dolor intenso es natural la respuesta violenta. Aún con todo, hay manifestaciones pacíficas y minoritarias igual de legítimas. El gobierno debe escuchar, dialogar y negociar siempre, en tanto pretenda que es un gobierno democrático.
No podemos sin embargo, negar que las masas se contagian -más cuánto más jóvenes sean sus participantes-, y que si un grupo de infiltrados, o tal vez unos cuántos irresponsables comienzan a cometer excesos contra las personas, policías o propiedad ajena, es posible que la pasión se desborde en cualquier manifestación. Pero sobre todo, cuando ocurre la respuesta policial. El miedo, el ego y la adrenalina surten efecto creciente ante este tipo de situaciones de estrés público. Pero me parece altamente improbable que los miembros de una manifestación auténtica se involucren mayoritariamente en los excesos, pues están consientes en todo momento de su objetivo principal. Y si lo hacen, es seguramente porque el gobierno no ha sabido o no ha querido escuchar. El gobierno debe ser capaz -¡y es su altísima obligación!- de saber diferenciar a los auténticos manifestantes de los manifestantes infiltrados, como una política de Estado, y tener el tacto para actuar frente a los excesos de éstos, que no son delincuentes comunes y corrientes: algunos solo se dejaron llevar por la pasión, y de otros sus excesos son motivados por razones políticas y no delincuenciales (en los casos de los infiltrados pagados por el mismo gobierno o grupos políticos, sí suelen ser delincuentes corrientes, en cuyo caso, es evidente que el gobierno en turno no actuará contra ellos) Aceptemos la necesidad de la intervención policial contra los que cometen excesos en una manifestación política -aunque con un tratamiento especial, con tacto político y social, recordando que no son delincuentes comunes-, pero también la obligación del gobierno de dialogar y negociar, aunque haya excesos. Es común que los gobiernos usen los excesos de unos para reprimir el movimiento de otros y desconocer la manifestación auténtica.
 El tema de los manifestantes revolucionarios, como ciertos grupos anarquistas o comunistas, es diferente, y merece un análisis separado y concienzudo. Puesto que éstos, normalmente parece que no buscan la manifestación como tal, sino que se infiltran en todos los movimientos sociales posibles, para aprovechar las coyunturas y llevar esas manifestaciones hacia sus fines, tratando de ganar adeptos ideológicos mediante la pasión del hartazgo social hacia la ineficiencia y perversión de los gobiernos, que no son capaces de proveer justicia social y proteger al individuo frente a los grandes capitalistas, pero sobre todo, propiciando la desconfianza hacia el poder en la idea de que los gobiernos siempre son aliados del capital y contra el pueblo. Si bien los revolucionarios creen en muchos casos (no siempre) que la violencia es la única manera realmente posible de transformación para alcanzar el máximo bien público, no podemos en ello, precipitadamente, denunciar motivos ilegítimos, si bien pueden ser ilegales los métodos. Y en ello debemos recordar a Gandhi: “cuando una ley es injusta lo correcto es desobedecer”. Aunque Gandhi, como es sabido, optaba por la desobediencia civil pacífica, como aprendió en parte del ruso León Tolstói y del estadounidense Henry David Toreau.
Hay por supuesto, quienes consideran legítimamente, que si una ley es injusta lo correcto es luchar por los canales legales para modificarla, a través de la comunicación con los legisladores (solo aspiracional en estados democráticos); lo cual, no está de más notar que normalmente es un verdadero y eterno suplicio, más cuando los legisladores suelen ser sujetos copartícipes del pastel del poder, cómplices y corresponsables del estado actual de las cosas, y que en muchos casos tienen muy poco interés y capacidad para escuchar a sus representados y promover las reformas y aplicaciones legales que éstos solicitan.
¿Pero dónde queda la Ley. Dónde la Razón? ¿La Razón del Poder o la Razón del Pueblo? ¿La Razón del statu quo o la Razón de la Revolución?, ¿hay una Razón universal, imparcial, igual para todos? Y, una vez superada la dificultad lógica, ideológica, ¿cómo dilucidar el conflicto cuando en la lucha política prima sobre todo la simulación y la estrategia para fines preestablecidos e “incuestionables” para cada uno? ¿Podemos esperar que la gente, los grupos civiles, los gobiernos, revisen sus fines, sus objetivos, o solamente esperaremos que gane el que detente más poder, y, en caso de lograrse el consenso éste resulte de un simple equilibrio de fuerzas entre los actores del conflicto? ¿Tiene algún sentido dilucidar filosóficamente la naturaleza y características del conflicto? Desde la perspectiva del observador y el tercero afectado, parece que sí. Uno debe saber a quién apoya y contra quién, y para ello necesita buenas razones, en donde las razones son razonamientos y no solo intereses.
El conflicto normalmente se destraba cuando ambas partes obtienen algo que les parece razonable a ambas, no necesariamente cuando obtienen lo que buscaban al inicio. Lo razonable muchas veces está en función de la satisfacción de necesidades o deseos materiales, derechos, libertades y privilegios (los privilegios son por naturaleza para unos cuántos, generalmente los líderes o grupos minoritarios); aunque en gran medida está en función del poder, de lo que realmente puede cada uno de los actores hacer frente al poder desplegado por el otro. Uno acepta de lo que quiere lo que puede. Sin embargo, en el fondo, y muchas veces también, lo razonable está en función de lo que se comprende como universalmente válido, razonable: lo justo. Se puede uno conformar con lo posible, momentáneamente, pero nunca se conforma con menos de lo justo para siempre.
Para algunas personas –léase políticos, caciques y caudillos- es relativamente fácil engañar a grupos de ‘gentes’ sobre lo que es razonable o justo –más cuanto más pobres y necesitados están- por eso es importante que las masas se cultiven en la razón. Es por ello que los maestros y universitarios no aceptan mayoritariamente una política educativa neoliberal, privatizadora, que pretende suprimir la formación crítica, a cambio de favorecer solo la capacitación productiva para crear mano de obra para las grandes empresas, ni una política laboral docente (porque la reforma educativa parece que va más sobre lo laboral y no parece reformar para bien los planes de estudio ni los recursos económicos e infraestructura para la educación, pero sobre todo, no coloca en los puestos importantes de la política educativa a gente capaz y adecuada) que debilita la fuerza opositora del sector magisterial y facilita la imposición de las políticas pretendidas por los grandes capitales y los gobiernos afines.
Ahora, si bien la Ley debe establecerse conforme a la Razón, y no conforme al capricho popular, un Estado democrático no debería decidir unilateralmente lo que es razonable y justo para convertirlo en ley, ni tan siquiera una comisión especializada (-y mucho menos un grupo de órganos empresariales como Mexicanos Primero en colaboración con la OCDE. Revista Proceso, edición 1923) ha de decidir eso para legislar sobre los derechos y deberes de un grupo social, como ahora los maestros, o la nación en su conjunto, máxime cuando se trata de legislar sobre evaluación en materia educativa y laboral, contra los expertos en materia educativa. Ahí está la falacia: se disfraza de educativa una reforma laboral. El gobierno no debe tener tanta prisa por sacar una reforma educativa (laboral), sorteando la necesidad del diálogo y la negociación, pues si hay un sector que puede conocer lo que se debe corregir en la educación y cómo, ese es justamente el sector al que están privando del derecho de opinar. Y si hay un responsable del estado actual de la calidad de la educación y las deficiencias educativas de los maestros, ese responsable es justamente el gobierno a lo largo de los distintos sexenios y de los distintos colores partidistas. Una reforma que pretenda mejorar la calidad de la educación no puede desconocer la opinión del magisterio. En una democracia -es más, en una comunidad humana cualquiera- no debe aceptarse el autoritarismo legislativo. La ley se debe negociar con los afectados y consensuar con todo el pueblo, si bien debe tender a la razón.
La ley para que sea legítima tiene que ser conforme a la voluntad popular, no del gobierno, y para que sea justa debe ser conforme a la razón universal, no al capricho ni a razones subjetivas.
                                   Amar es encontrarle sentido a la vida en lo amado. He así como el filósofo ama la sabiduría, y ésta, como todo lo amado, es escurridiza.
@ErikQuintanar

¡Ámate a ti mismo!

Publicado en Cantera Noticias http://www.canteranoticias.net el Miércoles, 04 de Septiembre de 2013

¡Ámate a ti mismo!

 
  Por Erik Quintanar.

Dicta la receta: “Para poder amar a alguien, primero ámate a ti mismo. No puedes amar a nadie si primero no te amas a ti mismo”. Otros dicen como equivalente: “no puedes querer a nadie si no te quieres primero tú”. Es una ideología muy de moda, y muy “obvia”, quizá, pero siempre me ha causado algún ruido. Para empezar distingamos con José José, que amar y querer no es igual, y a partir de ello consideraré que quien equipara amar y querer necesita una reflexión aparte. Hablaré pues del amarse a sí mismo, en esos términos, y no del quererse a sí mismo.
             Reconstrucción breve del mito de Narciso

Y el hermoso joven Narciso, que era incapaz de amar y reconocer al otro, despreció vanidosamente a la bella ninfa Eco, cómo había hecho con tantos hombres y mujeres más. Entonces fue castigado por la diosa Némesis para que sufriera el dolor del amor no correspondido. Y así, un día se encontró con su propio reflejo en el agua del cual se enamoró perdidamente. Y absorto en ese lugar, atrapado por su propia imagen, a la que no podía ni se atrevía a tocar para no desdibujarla, se consumió hasta convertirse en la flor llamada narciso, tan hermosa como maloliente.
Y Eco, consumida de melancolía, se retiró a una cueva donde su cuerpo también se consumió, quedando de ella solo una voz sin forma que repite en la lejanía la última frase o sílaba que se pronuncie.
¿Qué cosa puede significar eso de ‘amarse a uno mismo’, y además ponerlo como condición de posibilidad del ‘amor a los otros’, de modo que solo puedas amar a otros si te amas a ti mismo? ¿Es, incluso, bueno, malo o indiferente moralmente? ¿Es posible ese amarse a sí mismo? Aunque esta recomendación casi siempre refiere al ‘amor de pareja’, o triada, cuadra, etc., vaya, el ‘amor sexuado’ -que no es del todo lo mismo que ‘amor sexual’-, trataré de pensarlo en términos más generales como ‘amor a otros’.
Poniéndome sexista, diría que parece más una ideología de mujeres, o una receta para mujeres, que para hombres. No porque no vaya dirigida a ambos géneros, sino porque parece tener más acogida entre las mujeres que entre los hombres, y más promotores entre las mujeres, o entre hombres que se dirigen a mujeres. Quizá porque las mujeres sufren más el menosprecio de su valía, por parte de la sociedad, de los hombres, y, quizá también, por sí mismas. Quizá las mujeres suelen olvidar con más frecuencia ocuparse de su propia salud, sus necesidades, gustos, deseos, su propia felicidad, por ocuparse de las de otros. Quizá la mujer es más entregada –por una presunta naturaleza o por educación- y en el camino de la entrega se olvida de sí misma. También hay quienes afirmarían que la mujer lleva en su naturaleza la fragilidad de su auto-percepción, y necesita que le estén recordando lo mucho que vale y lo bella que es. Quizá también porque en la mujer es mejor vista la “vanidad” y el cuidado de sí misma para conservarse bella. Hay incluso una marea de e-mails masivos, poemas anónimos y hasta poemas de autor, canciones y escritos, dedicadas a difundir la necesidad de recordarle a la mujer cuánto vale. Pero no descartaremos tampoco que existe un buen número de cultores masculinos del amor a sí mismo. Incluso buena parte de los maestros del amor a sí mismo son hombres –esperemos no charlatanes-.
Históricamente, desde la antigua Grecia ya podemos rastrear la presencia y análisis de este tema del ‘amor a sí mismo’, por ejemplo en la Filosofía con Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, pasando luego por los escolásticos, la modernidad, y en el siglo XX a partir de la psicología como en Erick Fromm, y en la actualidad con algunos autores o terapeutas influenciados o formados, por ejemplo, en la Terapia Gestalt, y toda la ola de corrientes alternativas de crecimiento personal y sanación, corrientes orientalistas diversas y la New Age. Teniendo como antecedente inmediato del siglo pasado en occidente el psicoanálisis en la psicología y el surrealismo en el arte, que han permitido una revalorización de esa parte oculta del ser humano, de uno mismo, que antes se censuraba: el inconsciente descubierto por Freud, se ha hecho posible que el ser humano se acepte a sí mismo en su integridad, superando la culpa y la vergüenza sembrada por siglos por la vieja religión católica, y se ha abierto “posiblemente” la puerta a un ‘amor a sí mismo’, que algunos han cultivado con insistencia, y que hoy se ofrece por todos lados como cura contra la infelicidad.
El análisis, por lo menos desde la antigua Grecia, ha girado en torno a si el ‘amor a sí mismo’ es bueno o malo, positivo o negativo, siendo analizado quizá, a partir de observar a aquellos que parecen tener un excesivo amor a sí mismos -por ejemplo el bello mito de Narciso surge en la antigüedad para moralizar a los jóvenes griegos-, en donde los pensadores han tratado de establecer si eso es bueno, virtuoso o correcto. En la mayoría de los casos han encontrado que puede ser algo bueno o malo según el enfoque, entendiendo el enfoque negativo como egoísmo o ideas afines. Incluso para establecer esta distinción entre el enfoque positivo y el negativo, se suelen usar términos distintos: por ejemplo, los escolásticos lo llamaban amor sui en su enfoque positivo, y amor privatus en su enfoque negativo. Aunque en Grecia había un solo término para ello –φιλαυτία- y la distinción se hacía ex professo para la explicación. Pero en la medida que ese ‘amarse a sí mismo’ signifique procurarse todo lo bueno y bello, como en Aristóteles, y ser benevolente hacia los demás, tenerse respeto a sí mismo, o tener buena estima de sí mismo como requisito para tener fuerza moral suficiente para ser moral, entonces podría ser algo bueno.
Mención aparte merecen quienes de tendencia ascética o quietista, como el francés François Fénelon, fuertemente influido por Madame Guyon, una mística católica que fue considerada hereje por la iglesia y encarcelada, consideran que ni siquiera en su enfoque positivo el ‘amor a sí mismo’ es bueno, que de hecho el ‘amor a sí mismo’ es el enemigo del amor verdadero, que es el ‘amor puro’. Este ‘amor puro’ precisa de la renuncia a todo interés ajeno al amor mismo. Nuestras acciones han de ser guiadas por inspiración de Dios.
Sin embargo, el fenómeno hoy en día parece tener un cariz peculiar, en dónde el ‘amor a sí mismo’ más bien se receta a los infelices y a los que “aman” en demasía a otros olvidándose de sí mismos. Es un enfoque distinto el que predomina hoy día, desde la perspectiva de la sanación y el crecimiento personal de los Best Sellers (¡los mejor vendidos, vaya!) Parece una receta más hecha para vender que para alcanzar un conocimiento y amor auténticos, o un enfoque cientificista, en el mejor de los casos, que hay que esclarecer.
Por cuestión de espacio y tiempo, no puedo hacer una exposición detallada aquí, y este escrito será entonces, el anticipo de una investigación y análisis más profundo para el futuro inmediato. Por lo pronto, baste notar que no necesariamente el ‘amor a sí mismo’ parece algo bueno o digno de procurarse. Al menos no a segunda vista. Los cultores del ‘amor a sí mismo’ podrían decir, para matizar la posible connotación negativa del ‘amor a sí mismo’: -bueno, hay que amarnos a nosotros mismos de forma moderada o equilibrada, o de forma generosa, o insistir en que amarse a sí mismo es necesario para poder amar a otros, ya sea poniendo el énfasis “aparente” en el bien de los otros, pero enfocándonos al final en “nuestro propio bien”, o bien, declarando airadamente que “primero yo y, si me alcanza, luego tú” (Jorge Bucay)
Antes de entrar en controversia con quienes consideran que amarse a sí mismo no solo no es malo, sino que es necesario, como Erich Fromm o actuales cultores del ‘amor a sí mismo’ como la argentina Enriqueta Olivari o el también argentino Jorge Bucay (quizá no es casual que ambos cultores del ‘amor a sí mismo’ sean argentinos), formados en o influenciados por la Terapia Gestalt, o por las doctrinas de personajes como el hindú Osho, y otros tendientes al orientalismo y prácticas como el Reiki y demás corrientes alternativas de sanación y crecimiento personal, me gustaría más bien poner énfasis en un instante previo y preguntar ¿qué se puede entender por tal ‘amor a sí mismo’ y si acaso es realmente posible, o en qué puede consistir?, para saber si puede ser una condición necesaria previa a poder amar a otros y algo digno de cultivarse.
Para esclarecer un poco el tema de este análisis, en este momento quizá sea recomendable distinguir varios términos actuales relacionados con el ‘amor a sí mismo’, que no podemos detenernos a explicar, pero que conviene notarlos. Tenemos así, por ejemplo, los siguientes términos que no son en todo lo mismo: ‘amor a sí mismo’, ‘amor propio’, ‘autoestima’, ‘narcicismo’, ‘egoísmo’, ‘egolatría’, ‘egocentrismo’, ‘orgullo de sí mismo’, ‘engreimiento’, ‘soberbia’, ‘conocimiento de sí mismo’, ‘respeto a sí mismo’, ‘dignidad’, ‘ocuparse de sus necesidades e intereses’, ‘cuidado de sí mismo’, ‘sanación’, etc.
Nociones como ‘conocimiento de sí mismo’, ‘respeto de sí mismo’ y ‘dignidad’, en donde la ‘dignidad’ es la “calidad de digno”, es decir, “que tiene valor”, “el reconocimiento de su valor”, pudieran representar palabras moderadas y sensatas de esa motivación para el necesario cuidado de sí que uno debe tener, si bien, no sean necesariamente lo mismo que ‘amarse a sí mismo’. En el mismo orden de ideas razonables podemos entender el ‘ocuparse de sus necesidades e intereses’, y, por último, ‘el cuidado de sí mismo’ y ‘sanación’.
Habiendo notando esas a veces sutiles diferencias, que en gran medida refieren a los excesos y desviaciones que puede haber en el aprecio y percepción de sí mismo, para entender qué puede significar eso de ‘amarse a sí mismo’, una vez consintiendo que haya algo que revisar y que no es del todo intuitivo ese concepto, es necesario revisar qué cosa se puede entender por ‘amor’ a secas, y por ‘si mismo’ o ‘el yo’, para visualizar cómo se podrían conjugar juntos.
¿Pero porqué cuestiono la validez de la idea (y las recetas) del ‘amor a sí mismo’, si cada una de esas ideas mencionadas como razonables se podría considerar como parte del ‘amor a sí mismo’?
Quizá ayude proponer una idea tentativa del significado de la palabra ‘amor’, que puede resultar bastante coincidente con lo que la mayoría de las personas entiende hoy en día por dicho vocablo y que, por lo demás, tampoco sea bastante divergente de lo que históricamente se ha entendido por ello, ya sea desde una orientación platónica en donde uno va hacia la perfección, o una cristiana, en donde el amor proviene de Dios. Según esta idea tentativa que propongo, el amor es un sentimiento inflamado hacia alguien o algo, pero para ser auténtico va acompañado de acciones motivadas por ello, sin embargo se constituye de tres componentes fundamentales, a saber: el encantamiento contemplativo hacia lo que se percibe como bello y bueno en alguien o algo, además de apropiado para una necesidad personal, ya sea física, mental o espiritual, o todo a la vez (también puede tratarse del goce intrínseco en la realización de alguna actividad, como amor a dicha actividad); el sentimiento de atracción hacia ello para la convivencia, el goce o la cercanía contemplativa, de modo que, suele resultar difícil mantenerse alejado de ello, pues lo amado se instala en el pensamiento como una necesidad de recurrencia; y el cuidado y dedicación voluntaria y libre para con ese alguien o algo, según lo requiera para seguir siendo lo que es, bello y bueno, y seguir gozando de ello. Para todo esto, habría que tener como condición previa el conocimiento de lo amado. Preliminarmente considero que no se puede hablar de ‘amor’ si falta alguno de estos componentes.
Visto el amor desde la perspectiva de esos tres componentes fundamentales, ¿no resulta inquietante la idea de encantarse contemplativamente con uno mismo, o incluso la de sentir atracción hacia uno mismo? Algo parece no cuadrar. So pena de caer atrapados por nuestro propio reflejo al fondo del agua como el bello Narciso, en algo que, por lo demás, era una ilusión, pues su reflejo no era ‘él mismo’ ni ‘alguien otro real’, quizá sea recomendable seguir revisando las implicaciones y connotaciones de estas ideas modernas que se venden como cura para la infelicidad.
Visto pues, desde esta perspectiva, parece que la única manera en que se podría entender con algún sentido el ‘amor a sí mismo’ es en el sentido de ‘cuidado y dedicación hacia uno mismo’, con la condición previa del auto-conocimiento, aunque bien, quizá valgan también aquellas ideas afines como ‘respeto a sí mismo’, ‘dignidad’, ‘ocuparse de sus necesidades e intereses’, y, por último, ‘el cuidado de sí mismo’ y ‘sanación’ necesarios para seguir adelante con bien hasta el fin.
Sin embargo, en tanto tal, según lo que he propuesto, no sería lícito llamar a esto ‘amor’. No parecería sensato hablar de ‘amarse a sí mismo’. Ni semánticamente ni sicológicamente, ni existencialmente. Quizá.
Ahora bien, considero que no solo no se puede amar a uno mismo, porque el amor sea algo más de lo que se debería practicar sobre uno mismo -y más bien hacia otros o hacia ‘lo otro’-, es decir, en el sentido de ‘deber’; sino que, además, no se puede amar al ‘sí mismo’, en tanto que el ‘sí mismo’ no es susceptible de ser amado, en el sentido de ‘poder’. El ‘yo’ no puede ser amado, más que como un acto ilusorio poniendo un espejo ficticio delante de él. Porque el ‘yo’ no es, además, el cuerpo que se ve en el espejo físico.
¿Qué es el yo?, o mejor dicho, ¿qué soy yo? Yo no soy mis partes, ni la suma de mis partes, de las cuales puedo prescindir sin dejar de ser yo. Incluso los órganos vitales, como el corazón, hígado, riñones, pulmones, pueden llegar a ser sustituidos. No así el cerebro, parece, pero ¿yo soy mi cerebro?, en dicho caso, ¿qué parte de él, porque hay partes que pueden dañarse y sin embargo seguir siendo yo? En el budismo se piensa que el yo es una ficción. No existe el yo. Buena parte de las terapias de sanación o crecimiento espiritual de inspiración oriental consisten en la destrucción del ego. En su versión extrema, la destrucción de la creencia en el yo.
Uno puede amar sus piernas, sus brazos, su rostro, su miembro viril, o sus caderas y sus tetas la mujer, o bien sus facultades, su inteligencia, su sensibilidad, sus conocimientos, su creatividad, su fortaleza, su habilidad, sus talentos, su nobleza, su espíritu de aventura y su arrojo y valentía, o bien, su experiencia y sus recuerdos, su suerte, la comodidad y solvencia con la que vive, la calidez o diversión de su familia, o sus pertenencias, su dinero, sus propiedades, su auto, su guardarropa, su cuenta bancaria. Pero amar esas cosas no es propiamente amarse a sí mismo, sino amar las herramientas con las que conseguimos otras cosas, como el respeto, la aceptación, el amor, el sexo con otras personas, o amar las cosas mismas. Entonces estamos amando las cosas y herramientas con que contamos, no a nosotros mismos. Así parece, como tampoco es amar a una mujer el amar su cuerpo. Ni siquiera el amar la mente, la inteligencia o la personalidad de alguien es amarle. Se ama a alguien, al conocerle, por lo que es, en lo que tiene de insustituible, en su esencia más pura y elevada, y en donde se comprende lo que es: un ser humano, una criatura única, dotada de existencia, vida, sensibilidad, y de facultades superiores como el entendimiento, la inteligencia, pero también de belleza, una belleza libre de los estereotipos que impone la sociedad. Pero sobre todo se le ama al conocerle, al llevarla en nuestros recuerdos y en nuestras expectativas.
Pues bien, este tipo de amor no se puede realizar ni practicar sobre el ‘yo’, sobre el ‘sí mismo’, y en todo caso es ocioso y carente de sentido. El amor se realiza en ‘los otros’, en el ‘allá afuera’, en ‘lo otro’
Sin embargo, alguien podría replicar: ¿y qué pasa con el mandamiento judeocristiano de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?, ¿si no es posible amarse a uno mismo, entonces, tampoco es posible amar al prójimo, apegándose a la lógica de este mandamiento? Mandamiento que es además utilizado por los cultores del ‘amor a sí mismo’ para justificar su pretensión, aunque usándolo en sentidos un tanto heterodoxos y extravagantes.
Ante esto, primero habría que admitir como auténticos los mandamientos de la tradición judeocristiana, habría que admitirlos como verdaderos, o como verdadero el origen de éstos; es decir, declararse en la Fe judeocristiana para poder usarlo como base, justificación o apoyo de ese ‘culto al sí mismo’. En caso de ser verdadero el origen de estos mandamientos, mi argumento puede quedar muy debilitado. Aceptemos esto. Pero, en todo caso, aún admitiéndolos y declarándonos en esta Fe, no me parece que Dios nos esté mandando a amarnos a nosotros mismos, a mimarnos frente al espejo, a acariciarnos y adorarnos, y decirnos palabras amorosas y de motivación, y complacer nuestros deseos, nuestros antojos y caprichos, a establecer el romance con uno mismo, ni tan si quiera me parece que con dicho mandamiento se nos esté ordenando cuidarnos y procurarnos el bien, alimentarnos sanamente, tomar terapias florales o hacer yoga –todo lo cual está muy bien, pero no creo que trate de eso ese mandamiento-; sino a amar al prójimo, que es donde el amor puede existir y trascender, a ser con el prójimo como esperamos que sean con nosotros, a procurar su bien como procuramos el nuestro -porque el nuestro por naturaleza lo procuramos-, a no hacer con él lo que no deseamos que se haga con nosotros. Y, en suma, amar. Que, desde mis perspectiva, es necesariamente ‘amar lo otro’, ‘lo que no se tiene’, ‘lo que no se es’, ‘lo que no es uno’.
El amor en sentido cristiano no se entiende tanto en el sentido de encantamiento, sentimiento o atracción, sino es quizá, más bien, bondad. Se nos manda a no cuidar solo de nosotros mismos, sino a ser bueno con el otro también. Ambos por igual. Es un decreto de igualdad. No hay ahí una incitación a amarse a sí mismos, como lo predican los cultores del amor a sí mismo, sino únicamente un mandato de bondad y misericordia igualitaria.
Por lo demás, para los que afirman que ese mandamiento justifica el cultivo del ‘amor a sí mismo’ no sobraría recordar Mateo 10, 39: “El que quiera conservar la vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la conservará”, en donde parecería indicarse que no debemos amar demasiado esta vida y este cuerpo que “somos”.
Para concluir mi disertación consideraré que, si bien es una ficción viciosa amarse a uno mismo, también es una ficción, un error del entendimiento, odiarse a sí mismo.
                           Amar es encontrarle sentido a la vida en lo amado. He así como el filósofo ama la sabiduría, y ésta, como todo lo amado, es escurridiza.
@ErikQuintanar