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domingo, 12 de febrero de 2012

EL SUEÑO MEXICANO (DECLARATORIA)

EL SUEÑO MEXICANO

(SUEÑO DEL HOMBRE)

Los mexicanos estamos acostumbrados a quejarnos, a protestar, unos contra el gobierno, otros contra los que protestan contra el gobierno, el gobierno contra los partidos de oposición, los aspirantes a puestos de elección contra los dirigentes de los partidos, los estudiantes críticos contra la manipulación de los medios, las mamás contra los estudiantes críticos y estos contra sus mamás, los que marchan contra los policías, los automovilistas contra los que marchan, los policías contra los jefes policiacos por los bajos salarios que les pagan por ir contra los que marchan, los alumnos contra los profesores, los profesores contra el sistema educativo, el sistema educativo contra los profesores. Los ciudadanos contra el gobierno que no los protege de los delincuentes y criminales. Los comunitaristas contra los gringos y contra la indiferencia de los individualistas, los individualistas contra los comunitaristas que no los dejan vivir su vida light. En fin, a grandes rasgos, amamos a México, pero México no es lo que quisiéramos. Y nos quejamos. Siempre nos quejamos, todos contra todos.

Pero es habitual que discutamos en vez de debatir, que debatamos con las viseras, que aventemos un pedazo de hígado antes que un argumento. No estamos bien adiestrados para razonar y debatir. Pero sobre todo, no tenemos una idea clara de lo que debería ser México. El sueño mexicano.

Estamos tan acostumbrados a compararnos contra aquellos a quienes creemos mejores, Estados Unidos, Europa, Alemania, Francia, Inglaterra, de común los países históricamente dominantes que enarbolan un ideal de libertad con que hemos sido semi-formados. No es el dominador de por sí. En un país de tradición occidental difícilmente veremos con agrado a un país con tradiciones opuestas a las nuestras, aunque éste fuera dominante. Amamos la idea de los países dominantes, tanto cuanto porque son dominantes, como porque representan libertad y el lujo. Un halago a los sentidos. Buenas ropas, buenos perfumes, comodidades, vehículos y edificios suntuosos, gadgets y tecnología, buenas comidas, físicos trabajados y atractivos en las personas, costumbres y modales aristocráticos (o ‘fresas’ hoy en día) y, sobre todo, que todo ello parece al alcance de cualquiera y no es privilegio de las clases nobles. Es un ideal accesible para todos. Aunque soslayamos que estos privilegios suelen provenir de algún origen histórico oscuro de saqueo y abuso de unos sobre otros. Los grupos conscientes de ello suelen protestar contra los inconscientes que solo quieren vivir su vida y viceversa.

La tragedia de México (una de tantas) es que ese ideal está demasiado lejos de materializarse como un bien colectivo. La discrepancia de la pobreza contra la riqueza no permite que el ideal se cristalice, máxime cuando ni siquiera sabemos elaborarlo, con una educación deficiente por un sistema educativo corrupto y siglos de atraso soberano. Y sobre todo, por desconocimiento sistemático de la pluralidad cultural e ideológica de nuestra sociedad. Un ideal, casi nunca va a ser ideal para todos, menos con grupos sociales que lucen tan antagónicos.

En la tradición filosófica de México y los países latinoamericanos, se ha intentado en el pasado elaborar una reflexión sobre lo mexicano en particular y latinoamericano en general, que brinde alguna luz sobre lo que somos y con ello, seguramente, lo de debemos ser, para dejar de imitar toscamente modelos de vida ajenos y extranjeros.

Sin ánimo de revivir aquellas viejas polémicas, parece vigente la necesidad de encontrar un rumbo que nos ayude a superar todas las dificultades y subdesarrollos que nos han venido arrancando el tiempo y la felicidad. Paréceme preciso para todo ello, aprender a pensar nuestro futuro, nuestro sueño mexicano, que será, finalmente un sueño del hombre. Aprender a trazar un rumbo que seguir como nación para dejar de estar tirándonos todos contra todos con la escoba, más que con argumentos. Hace falta análisis meticuloso, de conciencia propia, y una intensa organización. Pero para ello, hace falta un objetivo que podamos esgrimir como propio.

Con esta declaratoria, pretendo ir desarrollando, desde este espacio de independencia personal, un análisis periódico sobre nuestra realidad cotidiana y humana con miras a buscar alternativas de comprensión y solución. Y un ambicioso destino como nación, de la mano con el resto de la comunidad humana. Es preciso que aprendamos a pensarnos como lo máximo que podemos ser.

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