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domingo, 25 de marzo de 2012

Bio

Concebido un atardecer ante el guiño de una luna menguante que ya asomaba, en un lejano valle, sobre la hierba seca de la estepa, en el vientre de una mujer silvestre de ojos limpios y labios ardientes. Hijo de un viajero docto y con aire elegante que perdió los modales y encontró la decencia entre las piernas y los brazos de una extraña corazón de fuego, que le robó el alma con su mirada.

Eso me narró una tía adoptiva, que me crió desde que desaparecieron y no volví a saber de ellos. Apenas los conocí.

Un borracho en una cantina me dijo que él la conoció, que era prostituta fina en la Ciudad de México. Mucho más acá de las grandes estepas. Una hermosa prostituta de corazón generoso, que por ayudar a un hombre perdido, con asilo y comida, terminó procreándome accidentalmente entre palabras dulces de amor y el frenesí casi adolescente que aquel hombre sentía por sus caderas. Un poeta mendigo con el vigor íntimo de un toro.

"Cecilia y Luterio", dice el tejido en la cobija con la que me cubrían del frío por las noches desde pequeño. La misma que sirvió de colchón aquella noche que me procrearon y que mi padre guardó con devoción por año y medio, hasta que se enteró que Cecilia había parido un hijo suyo y la buscó como un loco, hasta encontrarla y darme su nombre.

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